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lunes, 24 de noviembre de 2014

Ya no me importa



Lo peor de haberte querido –y estoy hablando en pasado–, es que ya no me importa a quién vaya a querer en el futuro. Creo que mi corazón tiene un problema: parece que lo hicieron tan sólo para amar a una persona. Debe de ser eso, si no soy incapaz de entenderlo. Yo recuerdo (ahora que no estás recuerdo casi todo el tiempo) aquellas vacaciones que tuvimos. Era verano y fuimos al norte, hasta para elegir los destinos siempre fuimos contra el mundo. Era verano y aquel día había un montón de nubes. "Qué día más feo", dijiste recién levantada. Yo jamás lo entendí, y cierto es que tampoco traté de explicártelo, pero si estaba contigo las condiciones atmosféricas dependían de lo feliz que estuvieses entonces. Hacía un día feo, pero tú eras feliz: fue algo maravilloso. Caminamos por un camino de la mano, no había apenas personas que saliesen a nuestro encuentro. Simplemente caminábamos de la mano y tú le buscabas formas a las nubes. "Esa tiene forma de pájaro… mira, esa otra parece un avión". "Al final –te dije– los días nublados no están tan mal, cariño". Y llegamos a un sitio donde el camino terminaba, el Cantábrico se extendía y donde el horizonte era una línea del color de aquel mar frío. Cuando soplaba el viento tu pelo parecía una manada de las aves más hermosas que podría imaginar cualquiera. Tus mechones iban de aquí para allá, luego volvían, descansaban sobre tus hombros. Ahí te quise más si es que acaso era posible. Es extraña la forma en que guardamos ciertos olores, ligados a ciertos lugares. Recuerdo el olor de la lluvia acercándose, como si nos estuviese amenazando el cielo. También he guardado el brillo de tus ojos cuando cayeron las primeras gotas, y me miraste algo alarmada y de repente me abrazaste, y allí no había nadie y miré las nubes y todas ellas parecían imitar la forma de tu boca. Aquella playa es un infierno ahora. Ayer soñé con ella, por eso quizá te escribo esto. Estaba yo en la playa, asomándome desde el borde de un acantilado. Parecía un suicida sabiendo que no dejarías que cayese. Y cada vez me asomaba más, y se hacía más tarde. Y supe que no ibas a venir, y ni siquiera en ese momento. Ni siquiera pude oler la lluvia.