Pero más que quererla, yo la amaba. Nuestra
historia fue contraria a esos típicos cuentos de hadas. No habían castillos, ni
dragones; ella no era la princesa ni yo el príncipe que la rescataría para
vivir con ella ‘felices por siempre’.
Éramos dos personas comunes y corrientes
intentando tener una vida normal en la que el amor sea nuestra cimiente. Nos
alejaba nuestras diferencias, pero nos unía un mismo sentimiento. Y como en los
otros cuentos yo la quería rescatar, pero de su infierno. Intentamos ser
felices, y la felicidad encontró algo mejor qué hacer en su tiempo libre. Se
fue. Pero nosotros nos quedamos. En ese momento comenzó nuestro final. Y así
quedó nuestro cariño, hecho polvo, rociado en el aire, buscando algún corazón
como refugio. Quién sabe. Tal vez lo encontró. Pero aunque encuentre mil
corazones en qué refugiarse, nunca encontrará un par de almas como las
nuestras. Porque nosotros de verdad nos quisimos. Aunque el destino nunca
quiera vernos juntos.
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