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viernes, 23 de mayo de 2014

Las manos de mi abuela


La historia más bonita que conozco es la que ocultaban las manos de mi abuela. Ella se fue un día, no quisiera recordar cuándo. Me pone triste pensar en los finales. De aquello parece que pasó toda una vida, que es la que le debo. Se marchó llena de arrugas, como si el tiempo le hubiese marcado la belleza con bolígrafo. Le escribo ahora, cuando ya no puede oírme. Cuando ya los besos en la mejilla y las caricias, forman parte de una fotografía que no miro por si me duele demasiado. Yo nunca he creído en el cielo. No creo en Dios tampoco, y no es fácil. Sí sé que ella creó un paraíso en sus brazos, y cada vez que me encerraban yo olvidaba lo que era el miedo. "¿Tú me quieres?", me preguntó una vez, y yo sonreía. Cómo iba a decirle que el amor es algo que aprendí de ella. Que no es que la quisiera, es que ella estaba en todo lo que quise desde entonces. No supe decírselo, y ahora es tarde. Ahora los sentimientos me caben en un cajón en el que quedan algunos envoltorios de los caramelos con sabor a miel que me daba. Se fue un día, y no quisiera recordarlo. Es duro soportar una vida sabiendo que el amor no puede salvar a las personas. Que una vez hizo sol, mientras tú te mojabas bajo aquellas lágrimas que derramaste a escondidas. Ella se fue, y lo que queda simplemente me parece que sobra. Que hay un vacío que va a quedarse ahí siempre, como una carta dirigida a una dirección que ya no existe.

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