Comienzo odiándote, y termino queriéndote. Odio
todo de ti, y lo que provocas. Odio tu mirada
sigilosa, que se esconde de mis
ojos a la vez que me lanza encantos que me vuelven sumiso; odio tus ojos,
porque ya no los utilizas para mirarme con cariño, porque se te olvidó que esa
mirada sólo me la dedicabas a mí. Odio tu sonrisa y la manera tan súbita en la
que aparece delante de mí y me atrapa, la odio más porque la utilizas como una
señal de burla contra mí, y me recuerdas que dejé de provocarla, porque la autoría
le pertenece a otro. Odio las comisuras tentativas de tus labios, y la forma en
que me llaman en silencio. Odio la manera en que me hablas, con tal irrespeto y
extravagancia, típica de ti; te odio tanto, y juro que volvería a quererte tan
sólo para recordarme a mí mismo la razón por la que llegué a odiarte. Odio esos
días en que me sentía solo, y la desesperación que me sumía en depresión.
Cuando todos se fueron echando al olvido la promesa de que siempre estarían
conmigo. Odio mi vida ahora; porque detesto caminar de la mano con la utopía,
que la tristeza sea la única que me llame, y que tu recuerdo irrumpa mi
tranquilidad y me haga compañía cuando intento salir. Juro que nunca antes odié
tanto, que para mí este sentimiento es nuevo, y a la vez tan familiar porque se
trata de ti. Te juro, vida mía y de él, que no veo la posibilidad de que exista
manera más profunda y repugnante de odiarte. Porque eres tan perfecta, y
tuviste que irte; eso odio de ti, tu maldita manera de destrozar mi vida, de
llevarte algo que juntos atesoraríamos. Te odio, porque fuiste la única
compañía que tuve cuando no hubo nadie; porque tenías la manera perfecta de
sacarme una sonrisa cuando sólo tenía la garganta llena de nudos amargos por
compañías ausentes. Tus manos me hacían sentir inmortal, y no hallé refugio más
seguro que tus brazos, y por eso te odio, porque le diste vida a mis mejores
versos de amor, y terminaste matándolos, quitándoles así la razón de su
existencia. Odio no poder odiarte más, porque apareces en mis sueños a diario,
y conviertes mi despertar en una pesadilla interminable. Odio estas lágrimas,
estos labios nombrándote como si me escucharas. Te odio tanto, cariño; te odio,
porque no puedo creer que haya llegado a quererte demasiado.
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